Cuando la llama de la libertad arde en el interior de un videojuego, nos incendia con deseo de exploración, seduciéndonos para descubrir sus más recónditos secretos; es una virtud que pocos títulos alcanzan, la tragedia satírica de aquellos prodigios es que en nuestro afán por conocer, ávidos exploradores perdemos el rumbo y toda noción argumental.
The Elder Scrolls padece esta maldición y con frecuencia se da más crédito a su ambientación o a la refinada naturaleza sandbox que ostenta, dejando de lado uno de los elementos que más cohesión le han dado como franquicia: la historia. Es una lástima, pues si hay un elemento del que los juegos carecen, con su premura por entretener y frecuentes guiones subdesarrollados, es credibilidad. Podrán estar confeccionados con una experiencia envolvente, caso ejemplar BioWare y sus obras maestras Mass Effect y Dragon Age, pero es difícil creer que estás deambulando en un mundo real cuando todo con lo que interactúas emana un destello luminoso, o si útiles consejos emergen en pantalla a cada paso, ni se diga la incesante e ineludible sucesión de cinemáticos que narran la trama. Cierto es que son atributos que permean de accesibilidad al entretenimiento, y sin ellos incontables personas se sentirían atemorizadas de acercarse a tomar un control, el precio es la falta de sutileza, pues no son raros los momentos en que somos arrancados de la fantasía y transportados a la vida real.
Los videojuegos modernos están confeccionados en torno al confort del jugador, al grado de comprometer su propia ficción, creando circunstancias que pecan de obviedad y en extremo fáciles de digerir en lugar de situaciones enriquecedoras o gratificantes. Es posible que seas escéptico en cuanto a esto, pero basta preguntarnos ¿cuántas veces hemos sentido como si estuviéramos vagando en un lugar real y no en una serie de escenarios cuidadosamente diseñados para tu beneplácito?
Bethesda ha sobresalido en ese aspecto, creando propuestas exitosas en terrenos que otros ni siquiera incursionan o si lo hacen, se extravían. Sea Fallout o The Elder Scrolls, el mundo existe independiente a ti, el jugador. Evolución de concepto y limitantes tecnológicas tienen papel preponderante, no es lo mismo Arena, la primera entrega de la serie, que Skyrim, pero en términos vigentes y que nos competen en la actualidad, la realidad del juego continúa sin importar tus acciones, aunque tampoco permanece inmutable a tus hazañas. En Oblivion, basta seguir de cerca a un mercader para darse cuenta de que tiene una rutina para entregar provisiones en la ciudad imperial y regresa a su hogar para reabastecerse, sin importar tu presencia. No es el primero que apela a esta naturaleza, pero lo hacen de manera magistral y en gran parte gracias al sustento mitológico sobre el que está construida la franquicia.
Credibilidad en lo inverosímil
Los mitos le dan significado a la sociedad, son historias que abordan interrogantes fundamentales y difíciles que nos hacemos todo el tiempo: quién y qué soy, de dónde vine, por qué estoy aquí, cómo debo vivir, qué es lo correcto, cuál es el sentido del universo, cómo empezó todo. Al intentar dar respuesta a cada cuestionamiento dentro de la experiencia de juego, somos sumergidos en un entorno cultural que supera las barreras del pixel, uno nutrido de elementos genuinamente humanos y justo como en las mitologías emblemáticas de la humanidad, las hazañas de grandes hombres, mujeres o bestias cobran realismo, la evocación a fuerzas del bien y el mal adquiere nuevo significado y la presencia de entidades sobrenaturales se torna más dramática.
El mito es un lenguaje que trata de iluminar tiempos oscuros de incertidumbre, y en analogía con su utilidad para el hombre, dentro del entretenimiento del pixel sustenta lo que vemos en pantalla. En el género de la fantasía y más específico, la que incumbe a la ambientación medieval, los mitos, leyendas, cuentos de folclor y profecías sirven como descripciones del pasado o acertadas predicciones de los eventos por venir; lamentablemente es un recurso que podría considerarse cliché, lo cual no sería tan triste de no ser porque tales cualidades son usadas como mero recurso y no de base para construir un contexto.
Se ha perdido mucha de la fascinación por los relatos míticos, pero aún seguimos clamando por el elemento mágico en nuestra aparente realidad racional, seguimos añorando con anhelo el misterio que logre dar balance a nuestro entendimiento y dominio del mundo, en un afán por evitar convertirnos en frívolos autómatas. The Elder Scrolls es un oasis en ese desierto donde se integran mitología y una cultura bien definida que nos fascina con sus relatos fabulosos de individuos en convivencia con la magia en un mundo indómito.
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