Adultez gamer.

Hoy, vino a mi memoria (como diría el abuelo Arnoldo), ese pasado muy pasado de mi infancia, cuando mis mayores preocupaciones en la vida eran llegar a tiempo a casa para ver los Super Campeones, dominar el ‘idioma de la efe’ como si fuera una lengua secreta (chifinguefen afa sufu mafadrefe tofodofos), disfrutar de TVO mientras soñaba con casarme con Gaby Ruffo, y, por supuesto, pasar el Contra con una sola vida como si fuera la mayor hazaña de mi existencia.

Un buen día, allá por los gloriosos 80’s, mi señor padre llegó a casa con una sorpresa que cambiaría mi vida para siempre: una mamalona reluciente consola Intellivision II. Junto a ella, venía un juego que no tenía idea de lo adictivo que resultaría: BurgerTime!. Aunque hoy en día puede parecer un clásico sencillo, en ese entonces fue como abrir la puerta a un universo completamente nuevo.

Recuerdo la emoción de ver por primera vez esa caja mágica conectada a la televisión. La pantalla parpadeaba con gráficos pixelados, pero para mí, era como mirar hacia el futuro. Fue también la primera vez que sostuve un control en mis manos, esos extraños dispositivos con discos y botones que parecían complicados similares a calculadoras, pero que pronto se convirtieron en una extensión natural de mis dedos.

En ese instante, descubrí una pasión que no sabía que existía, un hobbie que me brindaría horas interminables de diversión, desafíos, y por supuesto, no pocas peleas con mis jefecitos por estar de huevón “excederme” en mis sesiones de juego. Desde aquel primer contacto con BurgerTime! – donde preparaba hamburguesas esquivando salchichas asesinas – supe que los videojuegos no serían solo un pasatiempo, sino una parte esencial de mi vida.

También recuerdo que, en mi gloriosa estupidez ingenuidad de niño, tenía un deseo en la vida: pasar el día entero jugando videojuegos sin que nadie me molestara, como si el sofá fuera mi trono y el control mi cetro real. Mientras veía a los adultos quejándose de sus trabajos, responsabilidades, esa cosa misteriosa llamada "pagar impuestos", y estar apurados por ir a “tomarse la foto” para sacar su credencial, yo pensaba: "¡Bah! Si yo fuera adulto, me la pasaría jugando videojuegos todo el día. Nada de escuela, cero tareas, solo pura diversión pixelosa desde el amanecer hasta que me desmayara de fatiga visual".

De verdad creía que la vida adulta era como desbloquear un cheat code que te daba acceso ilimitado a videojuegos, raspatitos, frutsis, chetos y pizzerolas. Imaginaba que el trabajo consistía en escoger qué juego jugar y que las facturas se pagaban con puntaje y desbloqueo de niveles. ¡Ah, qué tiempos aquellos en los que creía que la verdadera misión de la vida era conseguir el mejor record en un juego y no sobrevivir a la quincena sin endeudarse con la tarjeta de crédito NU!.

Claro, nadie me advirtió que la vida adulta no es un mundo abierto lleno de aventuras chingonas, sino más bien un simulador de gestión de recursos donde los ítems más raros son el tiempo libre y poder dormir más de 5 horas al día. También resulta que la "misión diaria" no es derrotar al jefe final, y que el mayor sufrimiento es el ISR y llegar al día de corte de la tarjeta y ver a cuánto asciende el “pago para no generar intereses”.

Pero bueno, en mi mente chaqueta infantil, la adultez era básicamente una maratón de videojuegos sin fin. ¡Nada de ir a la tienda, hacer mandados, lavar los platos, tender mi cama o sacar la basura!, al final, ser adulto resultó ser más parecido a un juego de estrategia en tiempo real, donde si no planificas bien, te quedas sin recursos (o sin tragar), que también trae misiones muy raras y tediosas (como juego de Ubisoft) como darse de alta en el SAT y tratar de entender que demonios es un AFORE o un seguro de vida.

Solía fantasear con un futuro en el que pudiera estar todo el día tirado como un cachalote varado en el sofá, rodeado de todas las consolas habidas y por haber, mientras me quemara los ojos explorando interminables mundos virtuales. ¡Una vida de gamer en estado puro, sin preocupaciones y con los pulgares como únicos músculos en movimiento!, ¿qué fue lo peor de todo?: mi sueño de jugar videojuegos todo el día quedó atrapado en una misión secundaria que nunca logré completar. Así que, si alguna vez viajas en el tiempo y te encuentras con mi yo de 8 años, dile que es un imbécil disfrute esos momentos jugando, porque el verdadero boss battle de la vida todavía está por llegar... ¡y sin checkpoints prro!.

Ahora, mi realidad es que tengo una lista de juegos tan larga como el tutorial de un RPG japonés, pero el tiempo para jugarlos es más escaso que juegos exclusivos de Xbox, para colmo, aquellos juegos que de niño me hacían saltar de emoción ahora parecen una montaña que escalar. El famoso backlog, esa pila de juegos que alguna vez fueron mi "plan para el fin de semana", se ha convertido en una colección de recuerdos de lo que pudo haber sido. Ya ni hablemos de los juegos con mundos abiertos... antes, era emocionante explorarlo todo; ahora, si bien me va, puedo explorar los pasillos del super para comprar la despensa.

Así que sí, a veces me pregunto si habría sido más fácil ser un NPC, un personaje secundario que no se preocupa por llegar a fin de mes, no se estresa por los pendientes de la chamba y, lo mejor de todo, ¡solo tienen que decir una línea de diálogo una y otra vez! ¿Te imaginas?.

Pero, a pesar de todo, no cambiaría mi pasión por los videojuegos por nada. Aunque no pueda jugar tanto como quisiera, cuando lo hago, me lleva de vuelta a esos días de pura emoción y aventura. Así que, moraleja de la historia: quizás de niño soñé con una vida diferente, pero al menos ahora sé lo que valen esas horas de juego que logro robarle a la vida adulta.

Saludos perras.